DE 1810 A 1819
Esta década ve consolidarse las tendencias de la década precedente. Por un lado, la novela histórica mira hacia la Edad Media, una de las características diferenciadoras de este momento, como sucede por ejemplo en las obras de Walter Scott, como Rob Roy (1817). Por otra parte, la recuperación de relatos y cuentos populares inicia una literatura infantil propiamente dicha, como las recopilaciones de los Hermanos Grimm. El amor es el tema central de todas las obras publicadas en esta época, un amor que vive aventuras antes del reencuentro de la pareja o de su muerte trágica. El nuevo prototipo de amante es el fijado por Adolphe, de Henri-Benjamin Constant de Rebecque. Incluso los autores que reniegan del romanticismo clásico, como Jane Austen, hacen de las relaciones sentimentales el centro de sus libros, como por ejemplo en Sentido y sensibilidad.
Un rasgo destacable de esta literatura es el gusto por personajes marginales, vistos como rebeldes y auténticos, como el héroe de El corsario de Lord Byron. Estos protagonistas combinan la elegancia y la pasión con un punto de malditismo, incluso demoníaco, o bien se mueven por ambientes exóticos, como el poema Kubla Khan de Samuel Taylor Coleridge. Lo importante es huir de la rutina y de la sociedad industrial. Por eso empiezan a ser atractivos los monstruos, que ya no son únicamente los malos que hay que asesinar, sino personajes complejos, como Frankenstein de Mary Shelley que se convirtió en un icono de la novela gótica. Así se inició el triunfo de la literatura de terror, con éxitos como El vampiro de John William Polidori. |